Trepidación!
¿Y así, con esa cara de nuevaolero desvencijado y algo aburrido me preguntas qué es Rory Gallagher? Pues, chico, Rory el irlandés es un cuerpo que transpira rock y blues en todas sus variaciones. Lo lleva haciendo desde chiquitito, y tiene 10 Lp´s como solista. Quizá todos ellos se parezcan un poco, su guitarra no usa chaquetas modernas ni tampoco se conocen destrozos sobre el escenario. Su voz…, bueno, pues una garganta poco refinada y muy sincera. Su pinta: demasiado normal. Su historia: con pocos flashes corta-respiros. Su presente: el mismo de hace años, injustamente más olvidado por parte de la gente. Su futuro: indefinido en el tiempo porque practica un rock que siempre late, que no cesa de gustar a las nuevas hornadas de rockeros y que tarde o temprano resucita. Cualquier momento es válido para mirar hacia él, para repescar su discografía, para alegrarse la vida con el rock llano de Rory. Un buen chico que se pone ciego a beber de todo sin por ello perder su carismática educación. Que habla poco y es tela de religioso. Que es la máxima expresión del anti-mito…, y que sólo pierde la formalidad cuando sus pies y sus melenas sienten el calor eléctrico de un escenario y una gente que le observa. Es posible que Rory no pase a la galería de los diez mejores guitarristas del rock, ni tampoco a la de los compositores, ni a la de los cantantes, ni a la de ideólogos. No importa, qué más da, si se mueven tus tripas con la música de este hombre, déjalas bailar y quiérele un poquito.

Para eso, vamos a hacer un esfuerzo por olvidarnos de los nombres que surgen detrás de cada esquina con la estúpida expresión fácil de saber todo lo que se debe saber en el rock y remontémonos a un 2 de Marzo de 1949 en Ballyshannon, condado de Donegal, al norte del estado libre de Irlanda. Allí nacía Rory sin tener ni la menor idea de lo que iba a ser de mayor y mucho menos, de que la super-prestigiosa revista que tienes entre manos le iba a dedicar un mogollón de páginas a desvelar sus andanzas infantiles y juveniles.

A los primeros meses de su vida se lo llevaron a Cork, en el sur del país, gran y próspera ciudad-con-puerto. Desde los 9 años le empezó a picar el venenillo musical y sus padres no tuvieron más remedio que comprarle una guitarra de esas malas y duras para que atormentara al personal en «parties» y tal. De ahí en adelante, los avances del muchacho iban a ser rápidos: escucha discos de Tenessee Ernie Ford y Guy Mitchell pero confiesa que no se le cayeron las legañas hasta que no le perforaron los oídos con unos cuantos singles de Bill Haley, Lonnie Donegan (su primer héroe), Buddy Holly, Eddie Cochran, Chuck Berry, etc. Rock´n´roll y Rythm´n´blues a tope.

A los 10 años, perdona Rory pero te tenemos muy enganchado documentalmente, se metió en algunos grupillos de «skiffle» e incluso hizo actuaciones en solitario. Estaba ya muy mamado en blues, persiguiendo temas de Muddy Waters, los tres King, Robert Johnson… A los 12 años, su primera guitarra eléctrica y algunas otras bandas inestables hasta que en 1964 ingresa en la llamada Fontana Show Band, que hacía giras por Irlanda y Europa. Se bautizan luego como The Impact y continúan dándole a los espectáculos bailables. Con ellos vino a Torrejón, por ejemplo. Cuando no tocaba con la banda se cogía al bajo Eric Kitteringham y al batería Norman Damery (ambos emigrados de The Axels) con los que se iba de jams y clubs. Belfast, Inglaterra, Hamburgo, fueron algunas de sus escalas entre el verano del 66 y el 68. Fueron los primeros Taste, sin descendencia discográfica.

Desbandada fuerte. Pero Rory va lanzado, consigue los servicios de Richard McCraken (bajo) y John Wilson (batería) y sigue pegándole el rollo. Cada vez más borracho de blues, más a la busca de raíces negras. Nacía Taste de un modo serio y profesional. Tras un conato de firma con Major Minor, que les quería enganchar como arenques en la red, Taste firman por Polydor en 1969, preparándose el lanzamiento gordo de la banda en Inglaterra. A Rory le habían puesto el ojo encima hacía tiempo porque los guitarristas estaban de moda y él es ante todo un febril guitar-man, un maniático de las seis cuerdas que empezó de autodidacta porque tenía demasiada prisa por estrujar notas. Los cuatro Lp´s de Taste son un mogollón de rock-fuerza, energía desatada en la que Rory se lleva la parte del león por su gran cobertura del espacio sonoro, dejando a sus dos troncos casi, casi como objetos decorativos. Estaba ansioso el Rory por expresarse. Mucho blues eléctrico y sencillez tajante, salvajismo escueto. De los cuatro: «Taste» (1969), «On the Boards» (1970),»Live Taste» (1971) y «At the isle of Wight» (1972), claramente recomendado el segundo. Uno de los Lp´s casi claves del rock duro en la época que por suerte debe estar aún disponible en España tras su reedición en la serie Coleccionistas.

De esta primera etapa se pueden resaltar dos hechos: primero la existencia de un Lp «In the Beginning», sólo publicado en Alemania a nombre de Rory en 1974 y que recoge grabaciones de 1967 con los primeros Taste. Y, por otro lado, que Rory desplegó sus roncos soplidos de saxo alto con Taste, mucho más que en toda su época de solista. Y es curioso porque no lo hacía mal, lo tocaba como una guitarra, muy caluroso, muy al rojo vivo y molaba un ciento. Nunca te perdonaré que lo metieras en algún polvoriento desván, muchacho.

Con cierta fama de maldito y el nombre de Rory en plena escalada, los Taste se deshacen. Wilson y McCracken se juntan a Jim Cregan y John Weider para formar Stud (uno de cuyos Lp´s publicó aquí la Basf en 1974). Rory sigue cogido a Polydor que le sugiere hacer Lp´s a su nombre. Busca gente y encuentra a dos oscuros músicos, Gerry McAvoy un bajista que había colaborado con la banda Deep Joy, y a Wilgar Campbell batería de Andwella (de quienes existe un curioso Lp en España publicado en 1971 por el desaparecido sello Fidias). Gente discreta para flanquear a un tipo que iba para estrella. Este iba a ser uno de los más repetidos argumentos para hablar de egolatría en Gallagher. ¿Miedo a que otros músicos mejores le taparan? ¿Interés premeditado de ser sólo él quien llenara los discos y la escena? Posible, posible…
Cargan los rifles y se aprestan a grabar el primer Lp de la nueva época, «Rory Gallagher» (1971). Ilusionado y esquemático, este es el boceto sobre el que Rory calcará gran parte de su historia discográfica: rock, blues, temas acústicos con inclusión de armónica y mandolina, rasgos aislados de country… Y muchísimos «riffs», alma esencial a cada tema de Rory. La guitarra cruje de violencia, araña recuerdos de blues, corre rápida por entre los convencionales acordes del rock pero tiene algo de temporal que la hace irresistible. No hay efectos, ni overdubbing lujosos, y los arreglos son mínimos. Rory canta con valentía. La portada es paupérrima, un derroche de negritud y pobreza estética, pero da igual, por dentro se compensa.
Hay varios temas ya clásicos en la discografía de este hombre como «Laundromat», «Just the smile» o «Sinner boy», y colabora en dos temas el piano de Vincent «Atomic Rooster» Crane sin que tampoco se le oiga demasiado. Produce (es casi un decir) el propio Rory. Pero vaya, el disco tiene su ángel y ese torrente de espontaneidad tan cruda, tan imperfecta, que no se puede dejar de alabar. Inícianse las giras a diestro y siniestro, sin parar porque ahí es donde disfruta el Rory. Su guitarra empieza a cotizarse como la heredera directa de los grandes rockeros-blues. Toca el corazón y eso siempre te llega, te cala.

Rory está en su salsa y se descuelga con un segundo Lp «Deuce» (1971) grabado en cuatro días y mezclado en uno. Tan de golpe como si fuera una actuación. Rory no es amigo de trucajes en el estudio, le gusta la primaria imperfección y ese lujo lo guarda en su guitarra de amplios enrolles. El disco es más sólido técnicamente incidiendo en los esquemas de blues (eléctrico-acústico) del anterior sobre una rítmica y a veces demoledora, alfombra de buen rock. «Used to be», «I´m not awake yet» o «Should´ve learnt my lesson» son las claves del que fue su primer disco editado en España. Para muchos este es su mejor disco, el que resume todo lo que puede dar de sí Mr. Gallagher. Puede que sea cierto, pero lo mismo puede decirse de los restantes, y en cada uno se observan cambios, ligeros pero reales. Su estilo desde luego quedó marcado, sobre todo en los temas cañeros, a golpe de guitarra lujuriosa y maciza pero este hombre tiene una facultad muy grande: la de no cansar con sus discos; se le puede olvidar más o menos, pero todos sus Lp´s revisten nuevas escuchas sin menoscabo de su frescura, de su lozanía sencilla.

Esta primera etapa rabiosa de Gallagher culmina en el Lp «Live in Europe» (1972), un vinilo rebosante de alegría y de marcha, con una excelsa versión del «Messin´with the kid» de Junior Wells o una espectacular carrera de mandolina y voz desgarrada de folklore irlandés y americano, que aún te puede hacer saltar de la silla si a algún disc-jockey se le ocurriera ponerla de nuevo en la radio. Se suceden las versiones de temas contenidos en sus dos primeros Lp´s y se incluye alguna deliciosa pieza acústica para demostrar todo el abanico de influencias blues (rancias y modernistas, souleras) que se mezclan en la cabeza de Rory. Este fue el momento culminante en la apresurada carrera del irlandés. Era difícil escalar los peldaños que llegaban a Hendrix, Clapton y otros héroes guitarreros pero Rory cumplía su labor: se le llamaba el «guitarrista popular» porque en su «toque» se hermanaba la espontaneidad, la sencillez, el amor por los clásicos del género y la alegría del rock más sano y cuadriculado. Riffs y breaks a los que nade se encontraba ajeno.
A finales del 72 se produce un cambio en la banda; Wilgar Campbell deja sus baquetas a Rod DeAth: Y ficha a un teclista, Lou Martin. Ambos músicos provenían de la banda irlandesa Killing Floor.
Con ese aliciente de un teclado para dar más jugosidad al sonido, la banda ataca su cuarto Lp, «Blueprint» (1972) en donde sólo se cuela un tema no compuesto por Gallagher, el «Banker´s Blues» de Big Bill Bronzy. Para ser realista, se esperaba que Rory dejara hacer a Lou Martin más de lo que le deja. Cierto que el piano rellena los huecos entre riff y riff pero tímidamente, sin participación demasiado especial. Rory continúa haciendo su blues-rock-guitar corrosivos y de-pasarlo-bien, gritando más que vocalizando y forzando el climax en verdaderos «tour de force» como el que inaugura el disco, «Walk on hot coals», un tema que recuerda otros tantos anteriores de su discografía. Son los temas de batalla de bronca, con unos correctos ejercicios en cambio de acordes que es lo que (en alguna manera) define el «modus rockeandi» de este hombre. Hay también piezas cargadas de lirismo, en donde la slide guitar y las acústicas construyen una obra casi maestra: me refiero a «Daughter of the everglades» (¡se oye el piano!), un tema precioso, comedido y trabajado, de corte muy americano y que, para mí, es de lo mejor compuesto por Rory en su carrera.

«Blueprint» es un gran álbum. Menos apresurado que los anteriores y con esas briznas de piano que l dan un tufillo más magro. El currante seguía bien su idea de dar buen cuartelillo sin dispararse en ningún proyecto de sofisticación. Óyete «Race the Breeze» y comprenderás la magia especial que Rory extrae a su guitarra del modo más sencillo y tradicionalmente blues de que es capaz. Rory tenía solucionado su rollo musical: muchas giras y de cuando en cuando (muy frecuentemente en estos primeros años) escapada al estudio para grabar en poquísimos días un álbum. Le daba igual que en el mundo la gente sinfónica se partiera la jeta contra la gente rockera, o que algunos críticos le echaran de menos una más cuidada producción de sus Lp´s (sus autoproducciones eran de una mínima creatividad ya que lo grababa casi todo de golpe y eran los ingenieros quienes ajustaban el sonido). Rory pasaba de todo.

«Tattoo»(1973) es un Lp de más verborrea y dureza que «Blueprint». La guitarra sigue siendo la matriarca del asunto y en algunas reseñas del momento se habló de los Cream resucitados. Memez considerable ya que el trío acompañante eran músicos muy limitados cuya eficacia (más que dudosa) consistía en ampliar mucho el sonido, empastándolo y corriendo tras un Gallagher cada vez más enfebrecido (compruébese en «Cradle Rock» como el caos aparece al final con cada tío volando como puede). En el disco hay una pequeña sorpresa, un intento quasi-jazzístico (digo quasi, muy quasi), titulado «They don´t make them like you anymore» en donde Rory perfila a su guitarra una melodía ágil y muy puntillosa. No es para derretirse de gusto pero es una pincelada muy guapa. Un detallito.

Ya he dicho que en Rory es inútil hablar de ramalazos ideológicos. Su música no contiene ideología, contiene amor al rock y al blues. Tan sólo. No crea legiones de iluminados y tampoco es una innovación, una aportación estéticamente válida para las generaciones intelectualistas ni nada ¿ok? Siempre va con sus vaqueros y una camisa a rayas muy irlandesa. Si no tocara la guitarra de ese modo temperamental y apasionado, es posible que Rory no significara nada en el desarrollo del rock. Pero su hueco lo tiene cubierto a conciencia. Otro irlandés. Gary Moore, no lo tiene tan claro, ni es tan popular. Alvin Lee, en cambio, ha contado siempre con la animadversión de cierta prensa. Dave Mason parece eternamente atormentado desde que dejó Traffic… En fin, que el mundo de los guitarras metidos a líderes solistas (caso tópico: Clapton) cuenta con una especie de halo fatal que sólo unos pocos rompen.

Rory acaba su contrato para Polydor con la edición de un salvaje y tremendo doble Lp en vivo, «Irish Tour´74». Cinco temas de sus dos discos anteriores, tres temas inéditos (uno de ellos el célebre «I wonder who» de Muddy Waters en una versión lasciva a tope, sexualísima) y una jam informal ocupando la cara 4 del álbum.

Es así como Rory encuentra su verdadera dimensión recreando la versión de estudio, borrándola y dejándose llevar por un frenesí total. Incluso sus músicos se encuentran más liberados. Vamos, que es un gozo este disco grabado en varias ciudades irlandesas. Su Stratocaster del 62 raspa cada vez más y se niega a abandonar el calor de su dueño. Con Polydor había hecho seis álbumes en tres años. Una pasada. Eso quema a cualquiera y más a un tío que no alberga en sus venas artísticas el más mínimo deseo de experimentaciones osadas.

La imagen y el rollo de Gallagher estaban al tope de su expresividad. Pero, ¿y ahora qué? Era preciso algún aliciente en sus nuevos discos o había peligro de incendio creativo. Rory no se incendió.
Por suerte se descolgó con un Lp meditado «Against the grain» (Chrysalis-75), lleno de composiciones rigurosas más intimista en sus solos («Ain´t too good») y con un mejor arropo de su banda. Incluso el sonido es una prueba de autocrítica aunque no llegue a ser un modelo de producción.

El rock-booguie de Gallagher continúa al galope en «Souped-up Ford» o «Let me in». Roza el heavy-metal en varias ocasiones sin perder jamás su romanticismo blues: mete un delicioso remake de «Out on the western plain» (de Leadbelly) y el «All around man» del extraordinario Bo Carter. Intenta una mayor aproximación al rythm´n´blues adaptando un tema de Isaac Hayes («I take what i want» hecho completamente a su medida) y es evidente su mayor reposo cara a la ejecución de Lps. Es la energía viva este tío cuando se echa a tocar y no importa que todos sus discos se conviertan en un festival guitarrero ególatra. Lo hace con tanta naturalidad… Pero bien orientado por su compañía, a Rory se le pone en su próximo Lp frente a un productor en regla: nada menos que Roger Glover, ex-Deep Purple, y se van a los Musicland Studios de Munich. De esa preparación nace un disco brillante: «Calling Card» (1976) cuidado y en donde Rory se ve sujeto a unos esquemáticos pero útiles arreglos en los que Glover tuvo mucho que ver. Nada de cuerdas ni de vientos, por Dios, pero sí un mayor trabajo en las mezclas y en la disposición de la guitarra entre la masa sonora. «Do you read me» es un ejemplo radical de todas esas sutilezas con las que el rollo de Rory se ve potenciado.

Supone también una mayor exigencia hacia los músicos de su banda. Sobre todo el batería. El pianista adquiere mayor relevancia y van saliendo temas: «Country Mile» en donde sólo voz y sección rítmica construyen el climax dejando que algunas esquirlas de guitarra tartamuda se cuelen. Tema a tema se van descubriendo puntos favorables: los imperativos del trabajo serio en estudio le sientan muy bien. Ya no es la energía bruta y «fagocitante» del pasado. La densidad es ahora más sabida. Y su inevitable técnica pasional no ha cedido ni una gota: el bottleneck de la lentísima «I´ll admit you´re gone» o la acústica de «Barley and Grape Rag» (ambas poniendo cierre a cada cara) son perfectos.

Rory ahorra punteos en favor de un total más apetecible dando con ello un importante giro a su labor discográfica. Un tema tan etéreo como el que da título a «Calling Card» era inesperado en otros años de Gallagher. Buenísimo. Rory haciendo baladas de amor es todo un descubrimiento valioso.

Con Glover aprendió las posibilidades del estudio y la necesidad de dosificarse. Se pasó dos años sin respirar discográficamente, sólo

recorriendo en giras monstruo, los USA, Japón y Europa. Nadie imaginaba que la preparación de Rory iba a ser tan concienzuda. Cierto que se destrozó el dedo pulgar en un pequeño accidente lo cual alargó el paréntesis blanco del irlandés, pero en ese tiempo se dió cuenta de varias cosas: de que necesitaba un baterísta con más energía en los brazos, y ficha a Ted McKenna, ex-Alex Harvey Band; de que era básico un buen estudio, cosa que no encontró fácil en América ni en Inglaterra por variados problemas que retrasaron la grabación de su noveno álbum hasta que halló los confortables estudios alemanes de Dieter Dierks, en pleno campo. Aparte de ésto, él prefiere grabar en Europa: al pianista le largó porque quería volver a la fórmula poderosa del trío para desde ahí superar la proyección primaria de su historia. Era su propio reto. Volver atrás pero renovándose. Y basta escuchar algo tan vibrante como «Photo-Finish» (1978) para saber que lo ha conseguido. Desde el primer riff de «Shin Kicker»se da uno cuenta que este Gallagher es más funky, más electrizante y que utiliza los medios del estudio para dar realismo a su idea del rock bruto, salvaje: redoblaje de guitarras creando un ambiente de paroxismo y un mejor acomodo de su voz, menos barrosa. A veces canta con el laid-back de un Clapton, como en «Shadow Play», o rasga cada cuerda de su guitarra con una sensualidad antes ignorada: «Cloak and Dagger». Algunas fases suenan a Chuck Berry descarado…, y el álbum es una abrumadora colección de solos a cual mejor con pequeños trucajes y un poder de convicción asombroso eso sí: Rory es ya un heavy-metálico atronador, capaz de hacer sombra a un Ted Nugent o un Frank Marino. Ha olvidado sus interludios puristas a mandolina o guitarra acústica. Sigue siendo el de la fiebre loca y esquemática, el de la ascensión de grados hasta el calor máximo, el de las intro-riff-break-voz (esquemas que pocas veces ha sabido-querido-podido-abandonar) pero lo hace fantásticamente, con una policromía del rock duro que te engancha del todo.

Lo que se le ha quedado pequeño son los shows en directo, ya que su guitarra no suena por cinco vías distintas como en el estudio. Ha ganado en disco, cosa que los disqueros deben agradecerle. Animado por la evolución, Rory nos dio hace unos meses su último plástico, «Top Priority» (1979); nuevo hincapié en su avance hard-rockero brutal. No suena tan pastoso como los Rainbow de Richie Blackmore porque, en el fondo, su voz y su amor profundo que son los blues, permanecen fieles a cierta jerarquía de valores. Él sabe lo que la gente quiere y tiene toda la habilidad del mundo para dárselo.

Cuando muchos decían que el heavy-metal se moría resulta que uno de los mejores blues-rockeros británicos se deja de medias tintas y de soliloquios guitarreros para sumergirse en el rock de más dura estirpe y sacarle un gran partido. Quizá sea el Johnny Winter a la inglesa. Pero demuestra también unos rasgos melódicos («Follow Me» corte primero del disco) incrustados en pleno sonido tormentoso que son índice favorable de Rory. «Top Priority» es un disco animalísimo y dominado. La inspiración de Rory como guitarra está en la flor del momento. No hay desmayos, en cada tema la electricidad salta del disco a la habitación. Rory ensaya otros caminos del rhytm´n´blues en «Philby», cantando como nunca de bien. La co-producción de Alan O´Duffy es ajustada y yo creo que el próximo disco de Rory puede ser un bombazo total en cuanto que, de una puñetera vez, se decida a hacer un tema de single. Vuelve el tiempo de los guitar-hero, profetizo. La gente sigue necesitando ídolos, y ahora Rory Gallagher se puede prestar a esa sacralización.

Es justo, ahora en su mejor momento rockero cuando menos caso se le hace a este obstinado irlandés. Las multicélulas de la new wave no dejan espacio para que los críticos hablen de este «viejo» de 31 años al que todos ellos dicen conocer, pero seguro que desde «Against the grain» ya no escucha ni uno de sus Lp´s.

Los viejos atacan con un poder que va a asombrar a muchos principiantes. Al fin y al cabo lo que hace Rory siempre encontrará acogida entre la gente; es un rockero popular. «Amo la música que araña, que sale de las tripas, del fondo del ser. Si los jóvenes de ahora hacen pop de los 50 y los 60, yo hago blues, booguie y rock, hago mi rollo. Música para beber, bailar y sentirse vivo.» Eso es todo. En tu discoteca particular no debería faltar al menos un disco de este hombre. Carece de una historia llena de datos y cambios, nunca ha dicho frases lapidarias, ni sus Lp´s cuentan con un abanico estelar de invitados. Es un rockero de carne y hueso. Sin más. Monótono en su historia pero muy caliente en su música. Y no te pide esfuerzos mentales para disfrutarle. Por último, unos cuantos discos en los que participa Rory como invitado, dedicado a los muy fanáticos de este irlandés fanático del blues: Mike Vernon, «Bring it back home» (Blue Horizon-Decca 1972); Muddy Waters, «The London Muddy Waters Sessions» (Chess-Movieplay 1972); Jerry Lee Lewis, «The London session» (Mercury-Fonogram 1973); Muddy Waters & Howlin´Wolf, «De nuevo en Londres» (Chess-Movieplay 1975) y Lonnie Donegan «Puttin´on the style» (Chrysalis-Ariola 1978). Pasará a la gloria de los sencillos despreciando una oferta de los Stones. No vendió su alma…